La Verdad en la Era de la Posverdad: Reflexiones Epistemológicas Sobre la Información Digital.

 

En la era de la posverdad se ha evidenciado que la verdad se ha ido debilitando ya que enfrenta a las emociones y a las creencias personales que se presentan que en ocasiones pueden llegar a tener mucho mas peso que los hechos que son verificados. McIntyre (2018) afirma que “la verdad se convierte en algo irrelevante frente a la eficacia persuasiva de un mensaje” (p. 5), esto destaca como los discursos públicos se han ido contaminado por narrativas que buscan el impacto afectivo mucho más que la argumentación racional. Este fenómeno ha ido creciendo gracias al aumento de la información en sitios digitales, que van circulando de una manera muy acelerada y fragmentaria por las redes sociales y plataformas que solo priorizan la viralidad. Según Pariser (2011), “los filtros personalizados nos aíslan en burbujas informativas, mostrándonos solo lo que queremos ver y escuchar” (p. 9), esto es un proceso en el cual se refuerza los prejuicios y debilita la capacidad crítica que tiene las audiencias. Las consecuencias que nos lleva este tema es la distinción que se presenta entre el conocimiento fundamentado, opinión subjetiva y desinformación se esta volviendo cada vez más borrosa, debilitando la confianza que se tiene en los expertos y en las instituciones que llevan a cabo la validación y verificación de los contenidos.

Por otra parte, Sunstein (2017) advierte que “la fragmentación del espacio público digital impide que se compartan referencias comunes, fundamentales para sostener una deliberación democrática” (p. 27). Esta debilitación de acuerdos sobre los hechos básicos está provocando más división y hace que se pueda difundir con mucha más facilidad las teorías conspirativas, mensajes falsos y hasta mensajes extremistas. La posverdad no solo es una mentira internacional, si no que se convierte en un ambiente cultural donde la verdad pierde relevancia como una base común y deja de guiar la reflexión compartida. McIntyre (2018) señala que “cuando todo es una cuestión de opinión, la idea misma de conocimiento objetivo desaparece” (p. 43), y con ella también se llega a perder la toma de decisiones basadas en pruebas reales. Este problema puede llegar a causar consecuencias muy serias en el ámbito político y ético, porque la calidad de la democracia depende fundamentalmente de que puedan existir espacios donde los argumentos se puedan construir sobre hechos que sean comprobables y no solo sean creencias que buscan el aumento de las identidades o emociones.

Ante este reto que se presenta es primordial promover la alfabetización mediática y la responsabilidad epistémica, esto nos quiere decir que se tiene que saber evaluar la información de una manera crítica y verificar cada fuente antes de que sean compartidas. Sunstein (2017) subraya que “los hechos, aunque puedan ser incómodos, deben sostener nuestras decisiones individuales y colectivas” (p. 52), recordando que defender la verdad no significa rechazar la diversidad de opiniones que pueden haber, sino que se debe comprender que existen datos objetivos que deben guiar nuestro juicio. La era digital nos ofrece oportunidades únicas para poder acceder a conocimiento de todas las partes del mundo, pero también nos impone a estar atentos a la calidad y el origen de la información que recibimos. Como concluye McIntyre (2018), “la verdad es un bien público indispensable para la democracia” (p. 85), por lo que cuidarla debe ser un compromiso ético, tanto personal como en conjunto ya que nos permite mantener el debate democrático y la autonomía intelectual frente a la infravaloración de los hechos.

La era de la posverdad, la posveracidad y la charlatanería 

Referencias: 

McIntyre, L. (2018). Post-Truth. MIT Press.

Pariser, E. (2011). The filter bubble: What the Internet is hiding from you. Penguin Press.

Sunstein, C. R. (2017). #Republic: Divided democracy in the age of social media. Princeton University Press.


 

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